Nuestra estrategia transforma los viveros comunitarios y los traspatios en núcleos de resiliencia ecológica y cultural para la región. Más que simples semilleros, los concebimos como espacios vivos donde la comunidad se reapropia de sus procesos productivos y fortalece su autonomía. Serán centros de aprendizaje intergeneracional, donde el conocimiento ancestral sobre el uso y cuidado de las plantas nativas se transmitirá a los jóvenes. Al cultivar especies endémicas como la anona, las limas y la pomarrosa, no solo se rescata un valioso patrimonio biológico casi extinto en la zona, sino que también se protege la identidad cultural y la seguridad alimentaria de nuestros pueblos.
A través de estos espacios, iniciaremos un repoblamiento consciente del territorio, devolviendo a los paisajes de las Áreas Destinadas Voluntariamente a la Conservación (ADVC) su riqueza original. Este proceso no se trata solo de plantar árboles, sino de restaurar ecosistemas completos, utilizando la flora nativa cultivada en los viveros para fortalecer los hábitats críticos de la fauna local. Cada planta reintroducida en estas áreas protegidas será un paso firme hacia la consolidación de la “Red comunitaria Chinanteca”, dando continuidad a las acciones de conservación que las comunidades ya han decidido emprender por voluntad propia.
El impacto final de esta acción será aliviar de forma significativa la presión sobre nuestros valiosos recursos naturales. Al tener una fuente accesible y sostenible de plantas con valor económico, medicinal y nutricional, se reducirá la necesidad de extracción en zonas silvestres, permitiendo que los ecosistemas se regeneren. Cada planta cultivada en un traspatio y cada semilla conservada en la comunidad es una acción directa para mitigar los efectos de la presión antropogénica, construyendo un futuro donde la prosperidad económica de las familias y la salud de nuestro territorio avancen de la mano.